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CÓMO
HABITAS
CHILLÁN

Ancla 1

Cápsulas del

Habitar Chillán.

12 personas y 4 formas distintas de habitar y vincularse con Chillán: habitar los barrios, habitar los conjuntos modernos, habitar la ruralidad y habitar las casas de las y los artistas de Chillán. Les dejamos estas cápsulas donde se reflejan los paisajes, colores y confines que compone a la capital de la Región de Ñuble.

Conjunto Moderno Martín Rucker

Conjuntos Modernos de calle Rosa

Conjunto Schleyer

Población Rosita O’Higgins

Museo Marta Colvin

Museo Interactivo Claudio Arrau León

Santa Cruz de Cuca

Centro Cultural Casa Gonzalo Rojas

Población Luis Cruz Martínez

Población Santa Elvira

Villa Emanuel

Tres Esquinas de Cato

Álbum del

Habitar Chillán.

Durante abril y mayo de 2021 celebramos y resaltamos las diferentes y múltiples formas de habitar Chillán, una tierra inquieta, diversa, que se ha levantado una y otra vez sobre el mismo suelo fértil de energía creativa. Chillán tiene algo, un no sé adornado de un qué sé yo, que provoca que quienes lleguen se queden para siempre, y que acompañará hasta la eternidad a las y los que se van. Chillán te habitamos de infinitas formas, y aquí les compartimos algunas visiones de sus transeúntes ciudadanos.

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— FOTOGRAFÍAS

— AUDIOVISUAL

​Ángela Álvarez

Colectivo Audiovisual La Silla

Brian Gallegos

Jeannette Garcés

Jonathan Sandoval

Jonathan Sandoval

Jonathan Sandoval

Miguel Ángel Pino Quilodrán

Miguel Ángel Pino Quilodrán

Sergio Godoy  Arriagada

Sergio Godoy  Arriagada

— ILUSTRACIONES.

— TEXTOS.

CHILLÁN EN COLORES

Por Camila Oyarce

Yo habito Chillán en colores, como los de las casas bonitas que hay en Carrera, los cuadros que pintan en Los Héroes de Iquique o los bellos murales que veo en todas partes.

Despierto en amarillo casi todas las mañanas, con un sol radiante que me llena de energía. Cuando el sol no brilla despierto un poco lila, lista para tomar mate y comer sopaipillas.

Mis otoños son naranjos, cafés y rojizos, como el chaleco que me tejió mi mamá la última vez que tuve la osadía de decir que me sentía un poco celeste o como las hojas secas que puedo pisar cuando voy camino a casa.

Los inviernos los vivo en fuego, carbón y calcetines mojados, saltando en los charcos cada vez que tengo la oportunidad y olvidando el paraguas en casa, como si no fuera a resfriarme más tarde. Habito Chillán en una ducha calentita, sabiendo que mi abuela me espera con un bracero a la salida para que no se me pongan los labios azules.

Mis primaveras son arcoíris: Árboles verdes, flores de colores, personas felices caminando por la acera. Días de volantines, remolinos y bachata local, porque es imposible pasar la primavera sin tener ganas de bailar.

Los veranos los vivo tan roja como un tomate y morena como una aceituna, con la esperanza de que vestir un poco fría me ayude a escapar del calor.

Yo habito Chillán en colores porque, incluso en la monocromía de los recuerdos, su gente es luz y arcoíris.

CHILLÁN, MEMORIA VIGENTE

Por Tomás Bauer Coloma

Sigilosamente al sur del rio Ñuble,

 entre tantas refundaciones y catástrofes,

al compás y rescate del arte y la cultura, 

del sol y la cordillera,

rodeada de humedales y tierras nativas,

está donde habitamos, Chillán.

 

La ciudad del movimiento,

de transmisión y tradición,

agricultora y comerciante, 

de esfuerzo y perspectiva,

lista para organizarse.

 

Identidades habitan en este extracto de tierra.

 Patrimonio comunitario,

reprimido por su memoria vigente

e indomabilidad de ser olvidada.

Así habito Chillán.

¿CÓMO HABITO CHILLÁN?

Por Osama Nuñez

Mi nombre es Osama Núñez, desde mi llegada a Chillán, en el 2018, puedo decir que con la pandemia hubo un gran impacto dentro de mi hogar y en sociedad como tal.

 

Vivo con mi familia integrada por seis personas, dos niños y cuatro adultos. Teniendo un año desde que se inició la pandemia, mi esposo y los dos niños no han salido a disfrutar de la belleza de la naturaleza de nuestro Chillán.

Se ha fortalecido más la unión familiar, se ha mejorado nuestro comunicación, y lo ventajoso de vivir en una área rural como es en Boyen. Se puede ver la disminución de vehículos transitando, las salidas de tarde de los niños al parque,  entre otras actividades de recreación. Igual pasa con el gran desafío que tienen los niños con la clase online, es un reto que ya este año ha mejorado parte; agradecido con los entes involucrados: Escuela Ramón Vinay y Mineduc.... 

 

Vivir cerca de una discoteca donde todos los fines de semana el escuchar música a todo volumen, y hoy en día me alegra escuchar pajaritos en la mañana y ver las estrellas y cielos despejados es única esa sensación.

 

Y siempre agradecer a Dios porque cada día respiramos y que en tiempo de crisis hemos estado bien de salud. Ver una sociedad llena de solidaridad, ver una sociedad que a pesar de la circunstancia se apoyan entre los vecinos, ver una sociedad chillaneja sumergida en una fe de esperanza que pronto saldremos de esto y volveremos a sonreírle a la vida como siempre.

 

Ya Chillán no será el mismo, será mejor porque es increíble cómo se ha oxigenado nuestro ambiente en cuanto a la contaminación..... 

 

Chillán tierra de personas luchadoras, vida cotidiana tranquila, con un mínimo de delincuencia, y sobre todo el avance de las economía porque conozco muchos emprendedores que han iniciado y otros que se han reinventado y así surgir en medio de la crisis.

 

Chillán tierra hermosa y maravillosa, con una cultura única y especial. 

 

Esto es un relato de cómo es Chillán y de cómo se vive en la actualidad.

ACCIÓN SOCIAL FRAY ANDRESITO

Por Angel Rivas

Hola, soy Ángel Rivas, vengo a contar cómo hace más de 2 años habitamos las calles de Chillán. Somos una fraternidad que se dedica a cultivar la solidaridad, llamada Acción Social Fray Andresito de Chillán. Trabajamos ayudando a adultos mayores en estado de abandono y personas en situación de calle.

 

Cada domingo nos reunimos en el Convento Franciscano de Chillán, el cual nos alberga para preparar las cenas que llevamos a quienes lo necesitan en nuestra ciudad. Es interesante vivir a Chillán desde un lugar histórico, que aunque deteriorado, sigue su vocación de fraternizar con todos y todas. Y, por otro lado, salir a lugares deteriorados, después del terremoto del 2010, habitados por personas que no tienen espacio propio.

 

Ver cómo distintos espacios de Chillan son ocupados por personas en situación de calle es, también, ver cómo estos espacios se transforman en su vocación social. Escuelas que buscan enseñar se transforman en moradas básicas para capear el frío y el abandono; puentes, departamentos deteriorados, y muchos otros espacios.

 

Pero sabemos que habitar de este modo Chillán, es intentar construir puentes entre aquellos que no se sienten parte integrante de la sociedad, y quienes, a veces, nos hacemos los ciegos ante esta realidad vulnerable. Esperamos habitar Chillán en una sociedad que construye puentes de fraternidad entre todos y todas. Nosotros ponemos nuestro pequeño y decidido esfuerzo.

MEMORIAS DE UN PARQUE

Por Petra Vergara

Confinamiento y pensamiento han ido de la mano. También terminan igual. A veces, durante el día, una piensa incansablemente, sin detención y entre esa nebulosa asfixiante aparece la nostalgia del  estar afuera, de que ojalá más de la mitad del tiempo de la existencia diaria transcurriese fuera de  las jaulas de concreto, para simplemente absorber la vida y exprimirla en todas sus facetas posibles.

No tenemos los huesos elásticos ni las alas levitantes de las aves, pero sí tenemos la mente que desde el nacimiento anhela su fuga desde el cuerpo; porque el cuerpo también es cárcel y todo lo  que brilla fuera nos parece de ensueño. Hasta que nos involucramos con algún lugar o alguien y  entonces deja de serlo. El pasar del tiempo nos va acostumbrando y volviendo a amarrar. Choca la  realidad de golpe, la bestialidad de un cotidiano incesante, de una “nueva normalidad”.

Es pleno otoño 2020. Las veredas extrañan el pasar del transeúnte en esta ciudad antigua. Ya hace  frío por las noches. El conticinio se torna omnipresente. En esta temporada, las medidas sanitarias  recién se implementaban. Ansiosa y todavía durmiendo en el colchón inflable mientras nos llegaba  la cama, busco un “lugar natural” para poder conocer cerca, caminando. Googleé.

 

El Lantaño es un casco olvidado en la periferia de Chillán, cercano a la ruta 5. La ruta 5 es la carretera  vertebral de Chile que conecta algunas ciudades a lo largo de sus cientos de kilómetros,  serpenteando de norte a sur, y viceversa, por la estrecha angostura central del país. Junto a ella,  campamentos sociales, campos y sitios se arman enganchados a esta carretera; sitios oyentes y  observadores fieles de miles de historias inimaginables e invisibles que surgen al convivir con una  vía de estas características.

El Lantaño per se no es ningún casco histórico, este nombre tan popular y casi soberbio con que algunos se refieren al centro de una urbanidad chilena, como si lo de alrededor careciera de historia propia o perteneciera a una segunda categoría menos heroica. Lantaño tampoco es un sector de la  ciudad. Tampoco el nombre de un puente. Sí tiene algo de histórico y algo de olvidado, pero más de lo segundo. Más de memoria que cualquier otra cosa.

Había pertenecido a una familia aristocrática de la zona, quedando con los años en el abandono, a  la suerte del clima y el tiempo. Tuvo una juventud gloriosa que, en ciertos rincones, ha logrado  conservar intacta. Y como en toda historia de olvido, hubo también algo de reinvención y resiliencia,  a pesar de la llegada de especies invasoras que no encontraron nada mejor que acomodarse allí y  declararlo su hogar. Algunos vecinos han buscado más de su historia, otros limpian y se organizan,  otros lo hallan el mejor lugar para una sesión de fotos matrimonial. Otros vagabundean en círculos y otros se detienen alzando la vista hacia las altísimas copas. 

El Lantaño es un lugar atomizado y escondido, que se accede cruzando la ruta 5 justo donde a las  autoridades se les acabaron los fondos de pavimentación. El Chile rural se va asomando a medida  que se ven más patios que casas; se escuchan más ruidos silvestres que de motores y los sonidos de  la naturaleza comienzan a envolver los pasos al caminar. De pronto, un letrero señala que ya estás  en el lugar. No se indica una entrada específica y la oficial está encadenada. Unas copas desiguales y una espesura delatan que está ahí.

Se ven entrar y salir de allí personas, solitarias, de a dos, o en grupo. Salen y entran por distintos  pasajitos que, imagino, manos y pies han creado. Son pequeños túneles que llevan a un tipo núcleo difuso. A medida que se avanza, van a apareciendo ruinas de concreto de distintos tamaños y  formas. Ellas también hablan de un pasado que ya no existe en este lugar. Acostumbrada a ver el  horizonte, la vista se confunde al quedar atrapada en la altura de árboles, y entonces los ojos  comienzan a adaptarse lentamente a las densidades y tonalidades verdes y marrones de este  bosque-jardín extraño, diverso y encogido. Ahí, el tiempo se detiene.

Encontramos especies endémicas de Chile, como Jubaea chilensis y Araucaria araucana; sus  variantes extranjeras, un magnolio gigante, infinitas nalcas, flores nativas y muchas otras especies  del reino vegetal y fungi que crecen exuberantes en este rincón. No alcanzamos a procesar todo lo  que nuestros ojos veían. Como niños, nos adentramos para dejarnos perder el rumbo al interior de  este jardín multiepecie. Nos detuvimos varias veces a contemplar una planta o a escuchar un canto  de ave, a ver si la lográbamos identificar. Sólo pudimos observar a dos carpinteros picando madera.  Y es que, entre tanto manojo y hojas, raíces y ramas por doquier, resulta difícil la observación de  aves. Las alturas de los árboles delatan sus años, tal como los desechos humanos y plásticos delatan  las visitas humanas sin consciencia.  

 

La ida al Parque Lantaño fue el gran hito de mayo. También recibimos la cama. Pudimos dormir mejor y taparnos con un plumón decente para capear las bajas temperaturas que vendrían. Así  comenzarían mis caminatas de ir absorbiendo esta ciudad con los pies, ojos y oídos atentos.  Identificando en cada salida alguna flor silvestre que crece como si nada, -como malvas reales y 

nalcas- y notando con admiración la cantidad importante de quillayes que se plantan en esta ciudad como árboles ornamentales. Mirando caras, vestimentas, escuchando más, oliendo más, dejando  atráslos audífonos y la música al caminar. No los necesito, quiero meterme en esta ciudad con todos  mis sentidos, que nada se me escape. Exprimirla. Pensar que esta memoria fue escrita hace meses y sigue siendo sintiéndose vigente. 

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